Francisco Barata

Siendo niño ya sentía verdadera fascinación por los autobuses. Con el paso del tiempo llegué a sentir auténtica pasión, obsesiva quizás, por ellos.

Un día, paseando por Madrid, oteando las calles para descubrir nuevos modelos contemplé uno, bello, majestuoso, se trataba de un “Castrosua Tempus”, con motor híbrido “GNC”, de los que ya conocía que habían convertido sus motores híbridos en motores eléctricos autocargables.

Le di el alto nervioso; cuando se detuvo subí a la plataforma azorado, como si fuera un adolescente.

Sentí una extraña sensualidad al envolverme entre sus mullidos asientos, me electrizó una sensación de tranquilidad y cuando sus frenos jadearon, parecían saludarme entusiasmados.

Su balanceo erótico, su suave cadencia al circular, la intima conexión que ambos sentíamos, convirtió en orgasmo cada parada, cada partida, por las sensuales cópulas que juntos culminábamos.

Su movimiento era como el de una sirena en el océano, suave, cadencioso, me sentía embriagado por un completo éxtasis. Y cuando menos lo esperaba, cuando mayor era mi entusiasmo, llegamos al término de su recorrido.

Quise quedarme arropado entre sus brazos, pero el conductor, sin la menor amabilidad por su parte, me indicó que debía descender. Así lo hice, con el corazón entristecido.

Contemplé como mi galán motorizado se retiraba a las cocheras; cerró las puertas rechinando emociones. El silencio de su motor eléctrico acelerando, me sugirió su tristeza. Era su particular adiós.

Decidí, en aquel instante, ir en su busca, a las cocheras, adonde fuera que se encontrara, para recuperar un amor que para mí era tan ardiente.