La venta de automóviles nuevos se ha consagrado como uno de los mejores medidores de la evolución de la economía. A pesar de ello, en una época de cambios impredecibles a todos los niveles, ese parámetro también tiene indicios de perder cierta fiabilidad. Al menos, si se contemplan las sucesivas estadísticas que aluden a la recuperación que se está dando en todas las esferas geográficas, pero que no encuentran traslado en el mercado de coches.

Las razones son diversas y todas actúan recíprocamente. La pandemia ha originado una incertidumbre, particular y global, que no termina de disiparse y que condiciona todas las decisiones de compra. Adquirir un vehículo es un hecho al que se suma los problemas de abastecimiento de las fábricas por la falta de componentes electrónicos, un incremento incesante de los combustibles y hasta factores de tipo social, como el creciente desapego de la juventud (también forzado por su mayor precariedad) hacia el coche en propiedad, que está dejando de ser el sinónimo de libertad que supuso en décadas pasadas.

AHORRO FAMILIAR

Los datos son un hecho. Aunque el 2021 se cerró con un 1% más de coches vendidos que en el año anterior, un crecimiento sin sustancia en el sector, en el primer mes de 2022 se vendieron en el país hasta 42.377 unidades, lo que le convirtió en el segundo peor mes de enero desde el año 2000. Desde hace cuatro años, la caída es muy evidente, especialmente en 2020 tras el boom de la pandemia. La pasada primavera, las expectativas de salida de la crisis ayudaron al sector y propiciaron un leve repunte, pero las matriculaciones sufrieron un retroceso muy marcado en la segunda mitad del año, a lo que se le unió el pesimismo por el devenir de la la crisis de suministros. En País Vasco y Navarra el descenso es aún más reseñable, pese a los planes Renove puestos en marcha por los gobiernos de ambas comunidades, enfocados principalmente a la sustitución del actual parque móvil por uno más eficiente y sostenible.